Por Francisco Benitez
Los personajes y las circunstancias que se despliegan a lo largo de la propuesta gráfica
de Daniel Berman se establecen en lo contrario a una conducta considerada
convencional, desde una estética que rememora a las viñetas de la novela gráfica
underground. Partiendo de situaciones contradictorias o incongruentes, cada pieza
pareciera ser parte de una narrativa particular, la cual ha sido fragmentada y desde
cuya complejidad puede experimentarse el acontecimiento del sinsentido de la
extravagancia o de las ambiguedades. Berman utiliza la condición humana como el
escenario verosímil del disparate. La puesta en escena está investida por el absurdo, el
elemento que irrumpe. Este bien puede adecuarse al contexto de lo actual, a esta
manera habitual de vivir, en donde las formas de actuar de la sociedad
contemporánea cambian antes de que puedan consolidarse, y donde nada podemos
hacer para detener el flujo líquido de las mismas(1). Es desde el mismo artificio del
absurdo que el humor termina por no ser lo opuesto de lo trágico, mas bien, como
refiere Simon Critchlet, se trata de una aproximación directa hacia la profundidad de
la tragedia y es así que desde la superficialidad aparente de la circunstancia es que
interesan mas las consecuencias que la broma misma(2). Lo valioso de la propuesta
radica en la generación de múltiples cuestiones: Su propiedad narrativa y la relación
con lo cotidiano, la transgresión de la lógica y la activación del pensamiento, la
entropía del humor y las imposturas sociales. No hay que olvidar que el humor (en
este caso, el humor negro), tiene una dignidad que lo diferencia de la mera burla y un
carácter -indómito- de emancipación y enaltecimiento(3)
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